Domingos III, IV y V de Cuaresma:

especificidad del Ciclo B

Domingo III de Cuaresma: Domingo del anuncio de la Pascua de Jesús, fundamento de la Nueva Alianza.

Nota introductoria:

Recordemos que, a lo largo de los domingos de Cuaresma, las lecturas nos ofrecen una doble línea de reflexión:

  • la Alianza que Dios ha sellado reiteradamente con la humanidad, y
  • la marcha de Cristo Jesús hacia su muerte y su glorificación.

Después de la Alianza con Noé y con Abrahán, que escuchábamos en los domingos anteriores, hoy llegamos a la que se considera la más importante del AT: la Alianza que hizo Yahvé con su pueblo, por la mediación de Moisés, en el monte Sinaí, a la salida de Egipto. A esta se la llama «Antigua Alianza», o bien «la primera Alianza», que prepara la que será la segunda y definitiva: la «Nueva Alianza» restablecida por mediación de Cristo en la cruz. Así, toda la Historia de la Salvación la vemos desde la clave de la Alianza entre Dios y la humanidad.

Veamos la primera lectura: Éxodo 20,1-17: La Ley fue dada por medio de Moisés.

La página que leemos hoy condensa los diez mandamientos: el Decálogo de la Alianza entre Dios y su pueblo. Estos diez mandamientos, que en los capítulos siguientes del Éxodo están mucho más detallados, resumen el estilo de vida que se pide al pueblo elegido. Unos se refieren al culto a Dios. Otros, al trato con los demás, empezando por el de «honra a tu padre y a tu madre».

El salmista está convencido de que en estos mandamientos está la clave de la verdadera armonía interior y exterior: «los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón… los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos…». Por eso repetimos: «Señor, tú tienes palabras de vida eterna».

Veamos ahora, la segunda lectura: 1Cor 1,22-25: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, pero, para los llamados, sabiduría de Dios.

Pablo aborda en su carta a los cristianos de Corinto, en Grecia, el tema de la «sabiduría» verdadera. Los judíos piden «signos». Los griegos «buscan sabiduría». Pero la fe cristiana es «fuerza de Dios», es el lenguaje de la cruz: por eso «nosotros predicamos a Cristo crucificado», que puede parecer necedad a los griegos y escándalo a los judíos.

Evangelio

Durante tres domingos leeremos el evangelio de Juan, con tres símbolos expresivos de la muerte pascual de Cristo: el Templo, la serpiente y el grano de trigo.

Evangelio según san Juan 2, 13-25:

“Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio.»

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?»
Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»
Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre”.

El episodio de hoy sucede en torno a la Pascua, lo cual para Juan ya es significativo.

Jesús realiza uno de los gestos simbólicos que más debieron llamar la atención y provocar la ira de sus enemigos: expulsó a los vendedores y cambistas del Templo, defendiendo el carácter sagrado y cultual de aquel espacio. Pero el principal motivo de la elección de este pasaje es el «signo» que él da para justificar su actuación: «destruyan este templo…». Naturalmente no se refiere al templo de piedra, que habían tardado cuarenta y seis años en edificar, sino al templo de su cuerpo, anunciando así -aunque de momento nadie le entendiera- su resurrección.

La Cuaresma, además de recordarnos que la fe tiene que llevarnos al cumplimiento de las normas de vida que nos ha dado Dios, en los mandamientos del AT y en el evangelio, nos estimula a centrar nuestra vida en Cristo Jesús, y más en concreto, en el Cristo Pascual, el Cristo de la cruz y de la resurrección y, por tanto, nos invita a una vida más exigente en su seguimiento.

Estamos preparando la celebración de la Pascua. Es bueno que progresemos en la conversión cuaresmal-pascual que nos pide este tiempo fuerte por excelencia de nuestro año cristiano.

Prefacio La significación espiritual de la Cuaresma[1]

Porque concedes generosamente a tus fieles
disponerse a la celebración de la Pascua
con un corazón purificado,
para que, dedicados con mayor entrega
a la oración y a las obras de caridad,
y participando en los misterios que nos dieron nueva Vida,
lleguemos a ser plenamente hijos tuyos.


Domingo IV de Cuaresma: Domingo del anuncio de la salvación en Cristo (la serpiente levantada como prefiguración de la cruz)

Preliminares

La Alianza entre Dios y la humanidad, que hemos ido meditando en los domingos pasados (con Noé, Abrahán y Moisés como protagonistas), es cosa de dos. Por parte de Dios no hay duda que él es fiel. Lo ha demostrado a lo largo de la historia, sobre todo en el éxodo y en la peregrinación por el desierto y la entrada en la tierra prometida.

Pero no así el pueblo de Israel, pueblo de dura cerviz, y que continuamente va oscilando entre la fidelidad y la idolatría, o sea, violando el primer mandamiento que habían «pactado» con Yahvé al pie del Sinaí.

Estamos prácticamente a mitad de la Cuaresma. Es bueno que también nosotros, tan débiles y volubles tal vez como los israelitas, nos espejemos en su historia para decidirnos a una seria conversión en la cercanía de la Pascua.

Evangelio: Juan 3,14-21: Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él.

“Jesús dijo a Nicodemo:

«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios»”.

 

Del diálogo de Jesús con Nicodemo, leemos hoy la segunda parte, que ya no es tanto diálogo, sino monólogo teológico en labios de Jesús.

Jesús recuerda la imagen de la serpiente que Moisés levantó en el desierto y que, para los que la miraban con fe, producía la curación.

Se centra todo el discurso -la catequesis- del Maestro en el amor que Dios tiene a la humanidad, y que se ha mostrado sobre todo al enviarles a su propio Hijo, para que se salven todos los que creen en él.

Reflexiones

La descripción que hace el libro de las Crónicas de la historia de Israel puede ser también un poco reflejo de la nuestra. A pesar de la elección y de los dones de Dios, y de los profetas que sigue enviando para enseñanza nuestra, y, sobre todo, a pesar de habernos dado como Maestro y Salvador a su propio Hijo, seguimos claramente en déficit respecto a la Nueva Alianza que él nos ha ofrecido.

De nosotros también se puede decir, en alguna medida, que hemos «preferido las tinieblas a la luz», porque no acabamos de admitir en nuestra vida toda la luz de Cristo. Como Israel en el AT fue continuamente tentado de dejarse contaminar por las costumbres morales y la idolatría de los pueblos paganos vecinos, también nosotros podemos ser cobardes a la hora de resistir al atractivo que el mundo de hoy, con su mentalidad, ejerce sobre nosotros.

Cuaresma es tiempo de examen, de chequeo espiritual, de autocrítica sincera, de conversión. A la luz de ese Cristo que camina hacia su entrega total en la cruz, sus seguidores nos tenemos que plantear si nuestra vida va respondiendo a ese amor de Dios manifestado en Cristo Jesús o hemos caído en una rutina y una pereza espiritual que hace peligrar que la Pascua de este año sea una Pascua provechosa para nuestro crecimiento en la fe.

Sólo podremos prepararnos a la Pascua, y celebrarla en profundidad, si reconocemos nuestra situación de pecado, y decidimos convertirnos a nuestra opción radical cristiana de fidelidad a la Alianza.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único.

Esta frase de Jesús, que se puede considerar como centro y resumen no sólo del evangelio de Juan, sino de todo el mensaje del NT, nos da la clave para superar nuestra conciencia de pecado: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».

El amor que Dios nos tiene es previo a todos nuestros méritos y superior a todos nuestros deméritos. Ya en el AT se manifestó este amor, incluso si tuvo que castigar y corregir a su pueblo, cuando le sacó de la esclavitud de Egipto y más tarde le hizo volver de la cautividad. En la primera lectura hemos escuchado cómo Dios movió el corazón del rey Ciro, que permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo. Dios superaba, una vez más, con su amor y su perdón, la realidad del pecado.

Pero, sobre todo es en el NT cuando experimentamos este amor de una manera más profunda. Pablo nos dice que «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo».

Dejarnos iluminar por la luz pascual

Los temas de las lecturas de hoy nos conectan espontáneamente, por una parte, con el sacramento de la Reconciliación, por nuestra condición de pecadores y nuestra voluntad de conversión al amor de Dios. Por otra, con la Eucaristía, el sacramento en que participamos de esa Nueva Alianza que Jesús selló en la cruz.

Pero también apuntamos ya a la celebración de la Vigilia Pascual, con su expresivo simbolismo de la luz, que se puede decir que es preparado por el evangelio de hoy: «el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios», mientras que los que no creen «prefieren las tinieblas a la luz». Cristo es la Luz y el que le sigue no anda en tinieblas.

Eso nos invitará a ser en verdad «hijos de la luz» en nuestra vida. Un cristiano es el que no sólo está bautizado (y ya en la celebración del Bautismo juega un papel importante el simbolismo de la luz), sino que intenta vivir conforme al Resucitado, obrando las obras de la luz: el amor, la fraternidad, la verdad, la lucha contra la injusticia. Porque, como nos dice Pablo, «Dios nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos».


Domingo V de Cuaresma: Domingo del anuncio de la kénosis del Hijo (el grano de trigo)

Se acerca la Pascua.

Dos semanas escasas para el Triduo Pascual. Las lecturas de hoy nos recuerdan la inminencia de esa celebración central: la muerte y la resurrección de Cristo Jesús.

Los textos bíblicos

 Jeremías 31, 31-34: Estableceré un nueva alianza y no me acordaré más de su pecado.

Leemos hoy la famosa página del profeta Jeremías, la primera vez que en el AT se anuncia que va a haber una «nueva Alianza», después del fracaso de la primera por parte del pueblo infiel.

Una Alianza que será profunda e interior: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones», y realizará en verdad lo que había querido ya la primera: «yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Por parte de Dios, la misericordia: «cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados». Por parte del pueblo, el deseo de que sea fiel a Dios: «todos me conocerán».

El salmista, que esta vez es el autor del «Miserere», hace suyos los sentimientos de esta perspectiva positiva de Jeremías: «oh Dios, crea en mí un corazón puro», «renuévame por dentro», «devuélveme la alegría de tu salvación».

Excursus:

Un elemento utilísimo para la Cuaresma son los siete Salmos penitenciales. Es probable que se puedan inculcar a la piedad de los fieles, especialmente para rezarlos los viernes.

Afirma el comentario del Libro del Pueblo de Dios acerca del Salmo 51 (50):

“este salmo -designado tradicionalmente con el nombre de Miserere– es la súplica penitencial por excelencia. El salmista es consciente de su profunda miseria (v.7) y experimenta la necesidad de una total transformación interior, para no dejarse arrastrar por su tendencia al pecado (v. 4). Por eso, además de reconocer sus faltas y de implorar el perdón divino, suplica al Señor que lo renueve íntegramente, creando en su interior un corazón puro.  El tono de la súplica es marcadamente personal y en el contenido de los salmos se percibe la influencia de los grandes profetas, en especial de Jeremías (24,7) y Ezequiel (36,25-27). En él, se encuentra, además, el germen de la doctrina paulina acerca del hombre nuevo (Col.3,10; Ef.4,24). Este es uno de los Salmos llamados penitenciales (6, 32 (31), 38 (37), 102 (101), 130 (129) y 143 (142)”.

Una de las oraciones del penitente en el Ritual de la Penitencia dice: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad. Aparta tu vista de mis culpas y borra todos mis pecados. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”. Se ve el influjo de este salmo.

Hebreos 5, 7-9: Aprendió qué significa obedecer y llegó a ser causa de salvación eterna.

La carta a los Hebreos nos habla de sus «gritos y lágrimas» ante la certeza de su muerte. Es breve pero impresionante este pasaje en que el autor de la carta a los Hebreos nos presenta un Sacerdote que sabe lo que es el dolor y el sufrimiento.

Si los evangelistas que narran la «crisis» de Jesús en Getsemaní ante la inminencia de su muerte hablan de miedo, pavor, tristeza y tedio, esta carta añade un dato dramático: «a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Y por su obediencia, «se convirtió en autor de salvación eterna».

Evangelio. Juan 12, 20-33: Si el grano de trigo que cae en la tierra muere, da mucho fruto.

“Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús».

Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

El les respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora? ¡Sí, para eso he llegado a esta hora!

¡Padre, glorifica tu Nombre!». Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar».

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel».

Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.

Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir”.

 

El evangelio nos recuerda otro momento de «crisis» de Jesús ante la «hora» dramática que ve acercarse, aunque triunfa su voluntad de obediencia al plan salvador de Dios, con la hermosa imagen del grano de trigo que, para dar fruto, tiene que ser enterrado y morir.

Los discípulos de Jesús queremos unirnos a él en ese camino suyo hacia la «hora» de su «glorificación», que incluye la cruz y la nueva vida. En la oración colecta de hoy pedimos a Dios «que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo».

En tres domingos sucesivos se nos presentan -en este ciclo B- otros tantos símbolos, a cual más expresivos, que nos permiten entender mejor el misterio de la Pascua del Señor: el templo que él reedificará en tres días, la serpiente levantada que cura a quien le mira con fe, y hoy el grano de trigo.

En el evangelio de hoy hay también una alusión a la imagen de la serpiente: «cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Así Jesús nos va dando las claves para entender su muerte y resurrección.

Hoy, con la metáfora tomada de la vida del campo: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto».

Reflexiones

Como preparación próxima a la Semana Santa, las lecturas de hoy nos presentan a Jesús que camina con admirable fortaleza a vivir su «hora» decisiva, en la que por solidaridad con los hombres se dispone a cumplir el proyecto salvador de Dios.

Ya los evangelistas nos hablan de sus momentos de tristeza y miedo en el Huerto. También el evangelio de hoy se puede decir que refleja otro momento, anterior al de Getsemaní, en que Jesús confiesa con emoción: «mi alma está agitada», y nos dice que lo primero que se le ocurre pedir es: «Padre, líbrame de esta hora». Aunque en seguida triunfa su obediencia: «pero si por eso he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre». Ya sabemos qué significa para Jesús esa «hora» y esa «glorificación».

La carta a los Hebreos nos asegura también que Jesús no caminó hacia la muerte como un héroe o un superhombre, con la mirada iluminada e impasible, sino que «a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Y añade la sorprendente observación de que «en su angustia fue escuchado», y que «a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer». Por eso fue constituido salvador de la humanidad.

Es evidente la seriedad con que Jesús asumió su papel de redentor. Tenemos un Sumo Sacerdote que no se ha enterado de nuestros problemas leyendo libros, sino que ha experimentado en su propia carne toda la debilidad y el dolor del camino pascual. Eso nos da la convicción de que el dolor o el sufrimiento o la muerte no son la última palabra. El amor total, hasta la muerte, de Cristo, fue enormemente fecundo, como la muerte del grano de trigo en tierra.

Puede sucedemos también a nosotros que tenemos el deseo de «ver a Jesús», como aquellos paganos que, por medio de Felipe, rogaban: «quisiéramos ver a Jesús». Tal vez les movía el deseo de conocer al Jesús de los milagros y de las palabras consoladoras y las manos que bendicen y curan. Y se encontraron con que Jesús, al saber de su petición, se define a sí mismo como el grano de trigo que cae en tierra y muere, para poder dar fruto. Nos gustaría también a nosotros «ver» a ese Jesús que guía, que consuela, que bendice.

Pero, además de eso, nos encontramos con el Jesús que nos dice que «el que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor». O, como dijo en otra ocasión, «quien quiera seguirme, tome su cruz cada día y sígame».

El mundo de hoy nos ofrece otros caminos, que son más apetecibles, pero que no conducen a la salvación. Nuestra vocación cristiana nos ofrece muchos momentos de lucha contra el mal, el mal dentro de nosotros y el mal del mundo.

Una Alianza grabada en el corazón y coherente con la vida

La nueva Alianza que anunciaba el profeta, la que ha realizado de una vez por todas Cristo Jesús, es también para nosotros una Alianza interior, profunda, basada más en las actitudes y opciones íntimas que en las prácticas exteriores y los ritos, que tienen valor si responden a la actitud interior. También para los cristianos debería cumplirse el anuncio de Jeremías: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones».

La Alianza anterior fracasó: «ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza». A lo mejor no fallaron en la ofrenda de sacrificios y holocaustos y oraciones. Pero sí en su estilo de vida: prefirieron la moral más fácil de los dioses paganos vecinos, mucho más permisiva que la exigente normativa de la Alianza del Sinaí. Pero Dios no cejó en su plan de salvación, y por medio del profeta anunció una Alianza mejor, a la que invitaba a ser fieles, la que iba a consagrar Jesús, no por medio de sangre de animales, sino con la suya propia.

Esta Nueva Alianza, en la que participamos en cada Eucaristía, nos compromete a un estilo de vida coherente: no vaya a ser que también de nosotros se pueda quejar Dios de que la quebrantamos con nuestras obras. También nosotros podemos caer en la rutina o el formalismo, y por eso se nos recuerda hoy que el evangelio de Jesús debe estar impreso en nuestro corazón y personalizado y seguido con autenticidad.

El mejor fruto de la Pascua es que Dios conceda eso que pedíamos en el salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo».

En cada Eucaristía, cuando celebramos el memorial de la muerte salvadora de Cristo, participamos de la fuerza salvadora de la Nueva Alianza que él selló entre Dios y la humanidad en su cruz: «esta es la Sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por vosotros y por todos».

Un prefacio muy interesante: recoge la idea del camino del ciclo B

Prefacio El camino del Éxodo en el desierto cuaresmal[2]

“En verdad es justo bendecir tu nombre,
Padre rico en misericordia,
ahora que, en nuestro itinerario hacia la luz pascual,
seguimos los pasos de Cristo,
maestro y modelo de la humanidad
reconciliada en el amor.
Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo
a través del desierto cuaresmal,
para que, llegados a la montaña santa,
con el corazón contrito y humillado,
reavivemos nuestra vocación de pueblo de la alianza,
convocado para bendecir tu nombre,
escuchar tu Palabra,
y experimentar con gozo tus maravillas”.


[1] Este prefacio se dice en el tiempo de Cuaresma, sobre todo en los domingos, cuando no corresponda decir un prefacio que sea más indicado.

[2] Este prefacio se dice en las Misas de las ferias de Cuaresma.