Nos preparamos para el próximo Jubileo
Peregrinos hacia Cristo, única esperanza
3er. Subsidio
Con la Bula «Spes non confundit» («La esperanza no defrauda»: Rm 5,5), el Papa Francisco ha convocado la Iglesia para vivir un nuevo Jubileo durante el año 2025.
En efecto, el Papa dice en la Bula de convocatoria:
“Bajo el signo de la esperanza el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma. La esperanza también constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Pienso en todos los peregrinos de esperanza que llegarán a Roma para vivir el Año Santo y en cuantos, no pudiendo venir a la ciudad de los apóstoles Pedro y Pablo, lo celebrarán en las Iglesias particulares. Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1).
El título tiene como centro a Cristo (está tomado de uno de los prefacios de las Misas jubilares) y menciona la condición de la Iglesia y de sus miembros: peregrinos pero también la actitud fundamental señalada por el Papa e incorporada en la oración eclesial: la esperanza.
A continuación, se ofrece un tercer subsidio desglosando algunos puntos de la Bula «Spes non confundit».
En la bula, el papa habla de la esperanza humana:
“Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad”.
Asimismo, expresa un deseo:
“Que el Jubileo sea para todos: ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones”.
Luego, habla de la esperanza cristiana:
«Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. […] Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5).
El pontífice recuerda que:
- Pablo quiere anunciar “el Evangelio de Jesucristo, muerto y resucitado, como anuncio de la esperanza que realiza las promesas, conduce a la gloria y, fundamentada en el amor, no defrauda”.
- “El Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino” (Rm8,35.37-39).
- “San Pablo es muy realista. Sabe que la vida está hecha de alegrías y dolores, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. […] Para el Apóstol, la tribulación y el sufrimiento son las condiciones propias de los que anuncian el Evangelio en contextos de incomprensión y de persecución (cf. 2 Co6,3-10). Pero en tales situaciones, en medio de la oscuridad se percibe una luz; se descubre cómo lo que sostiene la evangelización es la fuerza que brota de la cruz y de la resurrección de Cristo. Y eso lleva a desarrollar una virtud estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia”. […] La paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por lo tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene”.
En continuidad, Francisco habla de un camino de esperanza que:
“necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús”.
“No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. […] También el año próximo los peregrinos de esperanza recorrerán caminos antiguos y modernos para vivir intensamente la experiencia jubilar”.
Como parte de esta experiencia jubilar, el Papa destaca la importancia de acercarse
“al sacramento de la Reconciliación, punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión. Que en las Iglesias particulares se cuide de modo especial la preparación de los sacerdotes y de los fieles para las confesiones y el acceso al sacramento en su forma individual”.
En continuidad con los otros años jubilares
“ha llegado el momento de un nuevo Jubileo, para abrir de par en par la Puerta Santa una vez más y ofrecer la experiencia viva del amor de Dios, que suscita en el corazón la esperanza cierta de la salvación en Cristo. Al mismo tiempo, este Año Santo orientará el camino hacia otro aniversario fundamental para todos los cristianos: en el 2033 se celebrarán los dos mil años de la Redención realizada por medio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Nos encontramos así frente a un itinerario marcado por grandes etapas, en las que la gracia de Dios precede y acompaña al pueblo que camina entusiasta en la fe, diligente en la caridad y perseverante en la esperanza (cf. 1 Ts 1,3)”.
Apoyado en esta larga tradición, el Papa dispone la apertura de la Puerta Santa
- de la Basílica de San Pedro: 24 de diciembre de 2024
- de la Catedral de San Juan de Letrán: 29 de diciembre de 2024
- de la Basílica de Santa María la Mayor: el 1 de enero de 2025
- de la Basílica de San Pablo extramuros: el 5 de enero de 2025.
Estas últimas tres Puertas Santas se cerrarán el domingo 28 de diciembre del mismo año. En cambio, la Puerta Santa de la Basílica San Pedro se cerrará el 6 de enero de 2026.
El Papa establece que:
“el domingo 29 de diciembre de 2024, en todas las catedrales y concatedrales, los obispos diocesanos celebren la Eucaristía como apertura solemne del Año jubilar, según el Ritual” indicado.
En las Iglesias particulares, el año jubilar concluirá 28 de diciembre de 2025.
Luego, el Papa habla de los Signos de esperanza y señala:
- Paz: “Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra”.
- Defensa de la vida: “Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. […] La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor. Es urgente que, además del compromiso legislativo de los estados, haya un apoyo convencido por parte de las comunidades creyentes y de la comunidad civil tanto en su conjunto como en cada uno de sus miembros, porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza”.
- Periferiales existenciales: “estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria”
- Presos: “Que en cada rincón de la tierra, los creyentes, especialmente los pastores, se hagan intérpretes de tales peticiones, formando una sola voz que reclame con valentía condiciones dignas para los reclusos, respeto de los derechos humanos y sobre todo la abolición de la pena de muerte, recurso que para la fe cristiana es inadmisible y aniquila toda esperanza de perdón y de renovación”.
- Enfermos: “que están en sus casas o en los hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud. Que esa gratitud llegue tambiéna todos los agentes sanitarios que, en condiciones no pocas veces difíciles, ejercitan su misión con cuidado solícito hacia las personas enfermas y más frágiles”.
- Jóvenes: “Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir. Es hermoso verlos liberar energías, por ejemplo, cuando se entregan con tesón y se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de inestabilidad social. Sin embargo, resulta triste ver jóvenes sin esperanza”.
- Migrantes: “Que sus esperanzas no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a cada uno en razón de su dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para que a nadie se le niegue el derecho a construir un futuro mejor. Que a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los conflictivos sucesos internacionales obligan a huir para evitar guerras, violencia y discriminaciones, se les garantice la seguridad, el acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social”. Invita a recordar la palabra del Señor «estaba de paso, y me alojaron», porque «cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt25,35.40).
- Ancianos: “que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y para la sociedad civil, llamadas a trabajar juntas por la alianza entre las generaciones”.
- Pobres: “que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Pero no podemos apartar la mirada de situaciones tan dramáticas, que hoy se constatan en todas partes y no sólo en determinadas zonas del mundo”.
El Papa hace, además, llamamientos a la esperanza.
Recuerda la próxima celebración de los 1700 años del primer gran Concilio ecuménico de Nicea.
“El Concilio de Nicea tuvo la tarea de preservar la unidad, seriamente amenazada por la negación de la plena divinidad de Jesucristo y de su misma naturaleza con el Padre. […] El Concilio de Nicea marcó un hito en la historia de la Iglesia. La conmemoración de esa fecha invita a los cristianos a unirse en la alabanza y el agradecimiento a la Santísima Trinidad y en particular a Jesucristo, el Hijo de Dios, «de la misma naturaleza del Padre», que nos ha revelado semejante misterio de amor. Pero Nicea también representa una invitación a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, a no cansarse de buscar formas adecuadas para corresponder plenamente a la oración de Jesús: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» ( Jn 17,21).
Anclados en la esperanza
Se pregunta el Papa que ¿cuál es el fundamento de nuestra esperanza? y responde “Para comprenderlo es bueno que nos detengamos en las razones de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15)”.
- «Creo en la vida eterna»: así lo profesa nuestra fe y la esperanza cristiana encuentra en estas palabras una base fundamental. La esperanza, en efecto, «es la virtud teologal por la que aspiramos […] a la vida eterna como felicidad nuestra».[…] Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe. San Pablo, al enunciar en pocas palabras este contenido —utiliza sólo cuatro verbos—, nos transmite el “núcleo” de nuestra esperanza: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce» (1 Co 15,3-5). Cristo murió, fue sepultado, resucitó, se apareció. Por nosotros atravesó el drama de la muerte. El amor del Padre lo resucitó con la fuerza del Espíritu, haciendo de su humanidad la primicia de la eternidad para nuestra salvación. La esperanza cristiana consiste precisamente en esto: ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, «la vida no termina, sino que se transforma» para siempre. En el Bautismo, en efecto, sepultados con Cristo, recibimos en Él resucitado el don de una vida nueva, que derriba el muro de la muerte, haciendo de ella un pasaje hacia la eternidad”.
- El Papa habla también del Juicio. Afirma que “la indulgencia jubilar […] está destinada en particular a los que nos han precedido, para que obtengan plena misericordia. La indulgencia, en efecto, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites”.
- Luego, habla del sacramento de la Penitencia. “La Reconciliación sacramental no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf. 2 Co5,20), experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados”. Sin embargo, como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores, en cuanto «todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio». Por lo tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efectos residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia. […]. Esa experiencia colmada de perdón no puede sino abrir el corazón y la mente a perdonar. Perdonar no cambia el pasado, no puede modificar lo que ya sucedió; y, sin embargo, el perdón puede permitir que cambie el futuro y se viva de una manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza. El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos, más serenos, aunque estén aún surcados por las lágrimas”.
- También habla de los Misioneros de la Misericordia.
- Finalmente, afirma que “la esperanza encuentra en la Madre de Diossu testimonio más alto”.
Conclusión
“El próximo Jubileo, por tanto, será un Año Santo caracterizado por la esperanza que no declina, la esperanza en Dios. Que nos ayude también a recuperar la confianza necesaria —tanto en la Iglesia como en la sociedad— en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación. Que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva (cf. 2 P 3,13), donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, orientados hacia el cumplimiento de la promesa del Señor.
Dejémonos atraer desde ahora por la esperanza y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean. Que nuestra vida pueda decirles: «Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor» (Sal 27,14). Que la fuerza de esa esperanza pueda colmar nuestro presente en la espera confiada de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la alabanza y la gloria ahora y por los siglos futuros”.
Con estos puntos, el lector podrá ir reflexionando acerca de la importancia de la preparación para este hecho de gracia que estamos invitados a vivir y como a toda gracia le sigue la respuesta será necesario acoger esta iniciativa con oído atento y corazón dispuesto, como Peregrinos hacia Cristo, única esperanza. Como ya hemos indicado, el título tiene como centro a Cristo (está tomado de uno de los prefacios de las Misas jubilares) y menciona la condición de la Iglesia y de sus miembros: peregrinos pero también la actitud fundamental señalada por el Papa e incorporada en la oración eclesial: la esperanza.
En una próxima entrega, haremos algunas consideraciones desde el punto de vista litúrgico y espiritual.
A modo de excursus, se añade un texto del Card. Gianfranco Ravassi[1] quien en su condición de biblista recorre los orígenes del Año Santo desde el Antiguo Testamento hasta los Evangelios.
[1] Gianfranco Ravassi, Jubileo, historia y raíces en la Sagrada Escritura, En línea: https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2024-04/jubileo-historia-raices-sagrada-escritura.html. Consulta: 12.XI.2024.
Jubileo, historia y raíces en la Sagrada Escritura
“Es costumbre rastrear la realidad germinal del «jubileo» hasta el sonido del cuerno de un carnero: el eco procedía de Jerusalén, atravesaba el aire y saltaba de pueblo en pueblo. Ahora bien, en el texto hebreo de todo el Antiguo Testamento, el término jobel aparece veintisiete veces: seis veces no hay duda de que significa cuerno de carnero, mientras que las otras veintiuna se refiere al año jubilar. La página fundamental de referencia es el capítulo 25 del libro del Levítico. Se trata de un texto complejo, incluido en el libro de los hijos de Leví, por tanto, de los sacerdotes, un libro ceremonial de regulaciones minuciosas y meticulosas relativas a la ritualidad propia del templo de Jerusalén.
Una premisa filológica
El término jobel resuena principalmente en ese texto, pero también se encuentra en el capítulo 27. La antigua versión griega de la Biblia, tradicionalmente conocida como Septuaginta, al enfrentarse a esta palabra – jobel – en lugar de traducirla con el recursivo «jubileo», año jubilar, la tradujo según un canon interpretativo: áphesis, que en griego significa «remisión», «liberación» o incluso «perdón». Esta palabra será muy importante para Jesús porque -como veremos- no habla de jubileo, sino que utiliza en el griego de Lucas precisamente el término áphesis. En efecto, en el Nuevo Testamento nunca aparece la palabra «jubileo». Los Setenta, estos antiguos traductores de la Biblia, han pasado pues de un dato cultual exquisitamente sacral (la celebración del año jubilar que comienza con el toque del cuerno de carnero en una fecha muy concreta, en relación con la solemnidad del Kippur, es decir, de la Expiación por el pecado de Israel) a un concepto ético, moral, existencial: la remisión de las deudas, la liberación de los esclavos (que era el contenido del jubileo). El tema del jubileo se desplazó, por tanto, del lenguaje y del acto litúrgico al lenguaje y a la experiencia ético-social. Este elemento también es relevante hoy en día para no reducir el jubileo cristiano sólo a la basilar celebración o ritual, sino para transformarlo en un paradigma de la vida cristiana. Algunos estudiosos han pensado que el término jobel no debe relacionarse con el sonido del cuerno del carnero, sino con la raíz hebrea jabal, que también significa «reenviar, restituir, despedir». La interpretación parece un poco forzada, sin embargo, porque ese «despedir » no indica necesariamente liberación, no tiene el aliento del citado término griego áphesis, retomado con especial énfasis por el propio Jesús. Otros intentos filológicos han ofrecido diversas explicaciones, pero hay que reconocer que el elemento de partida es un dato ritual. Supone el sonido del cuerno del carnero que marcaba el comienzo de un año concreto, el décimo día del mes otoñal de Tishri, correspondiente aproximadamente a nuestro septiembre-octubre, mes en el que también caía el Kippur. Es interesante observar que, en la lengua fenicia, en cierto modo hermana mayor del hebreo, la misma raíz, es decir, las tres consonantes subyacentes a la palabra jobel, es decir, jbl, denota la «cabra», un componente significativo del propio Kippur. No cabe duda, pues, de que el sonido del cuerno, su marcación de un tiempo sagrado, está en la base del término «jubileo», pero no hay que olvidar la tensión que conduce al otro polo, el de la traducción griega: no se trata sólo de un ritual, es un elemento que debe afectar profundamente a la existencia de un pueblo. Tras esta introducción, tratemos de recoger e ilustrar algunos temas jubilares fundamentales que aparecen en cierto modo entrelazados.
El descanso de la tierra
Según el texto bíblico, el primer tema bastante original es el «descanso» de la tierra. Según el esquema sabático, por el que se medía el tiempo dentro de la tradición bíblica, la tierra ya debía reposar cada siete años. Según el Levítico 25, la tierra debía descansar también en el año jubilar, que seguía a siete semanas de años, es decir, en la quincuagésima. La empresa parece poco práctica y difícil de llevar a cabo. Es posible hacer reposar la tierra durante un año, sobre todo en una civilización como la del antiguo Cercano Oriente, donde las necesidades eran mucho menores que las nuestras y la vida mucho más frugal. Pero dejar descansar la tierra durante dos años seguidos (el cuadragésimo noveno sabático y el quincuagésimo jubilar), en una economía esencialmente agrícola, habría puesto en peligro la propia supervivencia de la tierra. Por tanto, o bien el año jubilar se hizo coincidir con el séptimo año de la séptima semana, o bien el jubileo, más que una aplicación concreta, era ante todo un deseo, un signo utópico, una mirada más allá del modo de vida habitual. Dejar reposar la tierra es no sembrarla y no recoger sus frutos. Esta elección, por una parte, hace descubrir que la tierra es un don, porque, aunque en menor cantidad, algo consigue producir todavía. Sus frutos serán más escasos, pero no faltarán. Se recuerda así que los ciclos de la naturaleza dependen no sólo de la obra del hombre, sino también del Creador. Es un recordatorio de otra primacía, la trascendente. Por otra parte, en este período hubo un intento de superar la propiedad privada y tribal, ya que cada cual podía tomar de la tierra lo que ésta le ofrecía, sin respetar los límites y cercos del catastro. Se trata, en la práctica, del reconocimiento del destino universal de los bienes por el que todo está disponible para todos. Este tema también puede adquirir un gran significado en la sociedad actual. En ella, la humanidad puede representarse por una mesa puesta en la que hay unos pocos, por un lado, que disponen de una acumulación exagerada de bienes, y el resto de la gente, por otro, una multitud que permanece al margen y sólo puede disfrutar de las sobras y las migajas. Ya no existe la idea de la disponibilidad universal de los bienes, antecedente de toda propiedad privada. En este sentido, es sugestivo referirse a las reflexiones propuestas al respecto por la encíclica Laudato si’ del Papa Francisco.
La condonación de las deudas y la restitución de las tierras
El segundo tema, igualmente original, es la remisión de las deudas y la restitución in pristinum (al propietario original) de las tierras enajenadas y vendidas. Desde el punto de vista bíblico, la tierra no era una posesión del individuo, sino de las tribus y clanes familiares, cada uno de los cuales tenía su territorio particular. Se había otorgado durante el famoso reparto de la tierra tras la conquista de Canaán, como leemos en el libro de Josué (cc. 13-21). Cada vez que, por diversas razones, el clan perdía su tierra, estaba, en cierto sentido, fallando en la división querida por Dios. Con el jubileo, es decir, cada medio siglo, se reconstruía el mapa de la tierra prometida, tal como Dios lo había querido, mediante el don divino de la división de la tierra entre las tribus de Israel. Cada uno recibía entonces su porción, excepto la tribu de Leví, que vivía de las contribuciones hechas por las otras tribus por su servicio en el templo. En cuanto a las deudas, ocurrió esencialmente lo mismo. Al principio del período jubilar, todos eran iguales, con las mismas pocas posesiones. Más tarde, sin embargo, algunos habían perdido sus posesiones por desgracia, otros por pereza o incapacidad. Al cabo de cincuenta años, se decidió volver al punto de partida, encontrándose todos en un nivel de comunión de bienes absoluto, ideal, utópico, en igualdad. Todo seguía siendo común y se distribuía según las distintas tribus. Cada familia recuperaba así sus bienes, sus tierras y todos sus hijos. En un llamamiento del libro del Deuteronomio, esta renovación social se propone continuamente al judío para que la considere como el modelo social que debe vivir, aunque a sabiendas de que se trata de un proyecto ideal nunca plenamente realizable. De hecho, en el libro del Deuteronomio leemos: «Que no haya entre vosotros ningún necesitado […] y si hay entre vosotros algún hermano tuyo necesitado, no endurezcas tu corazón ni cierres tu mano» (15:4, 7). Una opción que no es sólo de adhesión ideal a la fraternidad y a la solidaridad, sino que implica la concreción de la «mano», es decir, la acción, el compromiso social concreto. Recordemos el perfil de la comunidad cristiana de Jerusalén en la que -como reitera varias veces Lucas en los Hechos de los Apóstoles- «nadie llamaba suyo a lo que le pertenecía, sino que todo era común a ellos» (4,32).
La liberación de los esclavos
El tercer tema estructural del jubileo bíblico es igualmente incisivo y desafiante. El jubileo era el año de la condonación no sólo de las deudas, sino también de la liberación de los esclavos. El libro de Ezequiel (46:17) habla del jubileo como el año de la liberación, de la redención, el año en que los que habían ido a servir para sobrevivir a la miseria regresaban a sus hogares, con sus deudas perdonadas y sus tierras y libertad recuperadas. Volvían a ser el pueblo del éxodo, el pueblo libre de la capa de plomo de la esclavitud y la discriminación. De nuevo, se trataba de una propuesta ideal, destinada a crear una comunidad que ya no tuviera en su seno lazos de prevaricación de unos con otros, que ya no tuviera grilletes en los pies y que pudiera caminar unida hacia una meta. Es evidente cómo su pertinencia se aplica también a nuestra historia en la que existe un número indeterminado de formas de esclavitud: la drogadicción, el tráfico de prostitutas, la explotación infantil con fines laborales o sexuales y la pornografía infantil, y tantas otras formas feroces de sometimiento. También se puede pensar en todos aquellos pueblos que son prácticamente esclavos de las superpotencias porque con sus deudas son absolutamente incapaces de ser árbitros de su propio destino; las actividades de ciertas multinacionales son a menudo una verdadera forma de tiranía económica que oprime a ciertas naciones y sociedades. Por tanto, la resonancia de la palabra jubilar de la libertad tiene un gran significado incluso en nuestro tiempo, al igual que la llamada a la liberación interior. En efecto, se puede ser exteriormente libre pero interiormente esclavizado por ciertas cadenas invisibles, como los condicionamientos sociales de la comunicación de masas, de la superficialidad, de la vulgaridad y de las adicciones a la infoesfera. En un pasaje del libro de Jeremías (34:14-17), el profeta explica enérgicamente el colapso y la esclavización de Jerusalén y Judea por los babilonios en 586 a.C. precisamente como un juicio de Dios por el hecho de que los judíos no habían liberado a los esclavos en el jubileo. El egoísmo había hecho que no se practicara la gran norma de la libertad y, como consecuencia, se había producido una especie de castigo de reciprocidad por parte de Dios que había esclavizado a Israel.
El jubileo de Jesús
Al comienzo de su predicación pública, según el Evangelio de Lucas, Cristo había entrado en la modesta sinagoga de su pueblo, Nazaret. Aquel sábado, se había leído un texto isaiano (c. 61) y le había correspondido proclamarlo y comentarlo. Con esas palabras, se había presentado como enviado del Padre para inaugurar un jubileo perfecto que se extendería a lo largo de los siglos siguientes y que los cristianos debían celebrar en espíritu y verdad: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año de gracia del Señor»(Lc 4,18-19). Esta es la otra raíz -además de la antiguotestamentaria- del jubileo cristiano. En palabras de Jesús, el horizonte del año santo se convierte en el paradigma de la vida del cristiano, que se ensancha y abarca todos aquellos sufrimientos que son el programa de la misión de Cristo y de la Iglesia. El «año de gracia del Señor», es decir, de su salvación, incluye cuatro gestos fundamentales. El primero es «evangelizar a los pobres«: el verbo griego está justamente en la base de la palabra evangelio, la «buena nueva», la «buena nueva» del Reino de Dios. Los destinatarios son los «pobres», es decir, los últimos de la tierra, aquellos que no tienen la fuerza del poder político y económico, pero cuyos corazones están abiertos a la adhesión a la fe. El jubileo pretende volver a poner en el centro de la Iglesia a los humildes, a los pobres, a los miserables, a los que externa e internamente dependen de las manos de Dios y de sus hermanos. La libertad es el segundo acto jubilar, un acto que -como hemos visto- ya estaba en el jubileo de Israel. Sin embargo, Jesús se refiere también a los prisioneros en un sentido estricto y metafórico, y aquí se anticipan las palabras que repetirá en la escena del juicio al final del relato: «Estuve preso y vinisteis a verme»(Mt 25,36). El tercer compromiso es devolver «la vista a los ciegos«, un gesto que Jesús realizó a menudo durante su existencia terrena: pensemos sólo en el famoso episodio del ciego de nacimiento (Juan, 9). Éste era, según el Antiguo Testamento y la tradición judía, el signo de la llegada del Mesías. De hecho, en la oscuridad en la que está envuelto el ciego, no sólo está la expresión de un gran sufrimiento, sino también un símbolo. Hay, en efecto, una ceguera interior que no coincide con la física y es la incapacidad de ver en profundidad, con los ojos del corazón y del alma. Una ceguera difícil de erradicar, quizá más que la ceguera física, que atenaza a tantas personas en cuyas almas hay que inyectar un rayo de luz. Finalmente, como cuarto y último compromiso, se propone la liberación de la opresión, que no es sólo la esclavitud mencionada anteriormente a propósito del jubileo judío, sino que incluye todo el sufrimiento y el mal que oprimen el cuerpo y el espíritu. Es lo que atestiguará todo el ministerio público de Cristo. La meta ideal del auténtico jubileo cristiano es, pues, esta tetralogía espiritual, moral y existencial”.