¿Qué noticia más bella que ésta?

¡Dios en la tierra y el hombre en el cielo!

San Juan Crisóstomo

La iniciativa: Dios con nosotros

La respuesta: Nosotros con Dios

Para vivir con mayor plenitud y profundidad el Tiempo de Navidad que se acerca, contamos con la riqueza que la liturgia nos ofrece en su eucología. Cada día, las oraciones de la Misa nos permiten meditar y profundizar en este tiempo.

Haremos un recorrido por la Calenda de Navidad, antiguo texto litúrgico, la Oración Colecta de la Misa del Día de Navidad, los Prefacios de Navidad y Epifanía, descubriendo desde la liturgia el sentido, la teología y espiritualidad de este tiempo.

La Calenda de Navidad

El Anuncio de Navidad, que también se llama Calenda por sus primeras palabras, es un texto que se encuentra en el Martirologio Romano, y que puede ser cantado o leído con solemnidad, es un compendio de la historia de la humanidad que espera la salvación realizada en Cristo. Como un último grito del Adviento se contemplan la creación, la alianza y la promesa de salvación que, tras el diluvio, se concreta en la llamada al patriarca Abraham y el éxodo del Pueblo acaudillado por Moisés.

El texto litúrgico incorpora la vocación de todos los pueblos con una interesante referencia al calendario de los griegos y romanos, culturas en la que se acogió históricamente el acontecimiento de la Encarnación.

La Calenda de Navidad nos ayuda no sólo a dar solemnidad a la Buena Noticia de la Navidad, sino también a reconocer que no estamos hablando de un relato ficticio, de un “cuento mágico” o de una película, sino de un hecho histórico. Es más, del hecho histórico más decisivo de la historia de la humanidad, la noticia más importante jamás contada.

Texto de la Calenda de Navidad

Día 25 de diciembre: Octávo Kaléndas ianuárii Luna:
Pasados innumerables siglos desde de la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen; después también de muchos siglos, desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes tras el diluvio como signo de alianza y de paz; veintiún siglos después de la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de Ur de Caldea; trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto bajo la guía de Moisés; cerca de mil años después de que David fue ungido como rey, en la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel; en la Olimpíada ciento noventa y cuatro, el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe, el año cuarenta y dos del imperio de César Octavio Augusto; estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen: la Natividad de nuestro Señor Jesucristo según la carne” (Martirologio Romano).

Calenda de Navidad – canto

Calenda de Navidad – letra en latín

Animemos a nuestras comunidades para que en la Misa vespertina de la Vigilia de la Natividad del Señor se incluya este texto, preferentemente cantado.


Oración colecta de la Misa del Día de Navidad

Analicemos esta oración que expresa la naturaleza de la celebración.…

La colecta de Navidad del actual Misal Romano está tomada del Veronense 1239: oración Deus, qui humanae substantiae dignitate. El texto dice así:

Dios nuestro,
que admirablemente creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable, la restauraste;
concédenos compartir la vida divina de tu Hijo, como él compartió nuestra condición humana”.

“Es una oración literariamente perfecta, teológicamente sublime. Viene a ser la síntesis del Misterio de la Navidad. […]. Después de la invocación, propone la motivación. A renglón seguido, la petición”. (Cornelio Urtazún).

Dios nuestro, que admirablemente creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable”: “es la síntesis de la teología de la creación y redención operadas en Jesucristo, y tan sublimemente explicadas en el prólogo del Evangelio de Juan, que sirve, precisamente, hoy, de lectura evangélica en esta tercera Misa, en el día”.

La petición: “Concédenos compartir la vida divina de tu Hijo, como él compartió nuestra condición humana”. “Aquí la Iglesia […] pide a Dios y Señor que realice en nosotros […] el portento de nuestra divinización, por la fuerza del misterio que estamos celebrando”.

J. López Martín presenta una excelente síntesis del contenido de esta oración, proveniente del sacramentario Veronense y atribuida a San León Magno:

La oración tiene delante de sí la historia de la salvación: el momento de la creación y el momento aún más sublime, de la redención o restauración de la antigua dignidad humana, que el hombre perdió a causa del pecado […]. Esta segunda obra es más admirable que la primera, porque en Jesucristo se ha producido una unión entre la humanidad y la divinidad inimaginable en la creación; y de una valía inmensa, pues el hombre Jesús refleja en su rostro la gloria del Padre […], lo cual hace aún más digna la condición humana. En consecuencia, se pide que todos los que celebramos la Navidad podamos participar de la vida divina […] de Aquel que no ha tenido inconveniente de tomar la humildad de la condición humana […]. La Encarnación del Hijo de Dios ha sido un maravilloso cambio, en el que el hombre ofreció a Dios la naturaleza que él creara y que el pecado dañó, para recibir en Cristo, la participación en la divinidad”.

Formulario completo de la Misa del Día de Navidad


Prefacios de Navidad y Epifanía

En el prefacio se proclaman los motivos de acción de gracias: la salvación en Jesús. Escuchamos atentamente esta oración en cada celebración, en actitud de alabanza por las maravillas realizadas en Cristo.

Los invitamos a detenerse en lo central de cada prefacio, el motivo de acción de gracias que cada una nos presenta y meditar sobre lo que nos dice, nos servirá para profundizar en este misterio de Cristo.

PREFACIO DE NAVIDAD I: CRISTO, LA LUZ DEL MUNDO

Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne,
la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor,
para que, conociendo a Dios visiblemente
lleguemos al amor de lo invisible.  

PREFACIO DE NAVIDAD II: LA RESTAURACIÓN DEL UNIVERSO EN LA ENCARNACIÓN

Por el misterio santo que hoy celebramos,
el que era de naturaleza invisible
se hizo visible en nuestra naturaleza,
y el que es engendrado desde toda la eternidad
comenzó a existir en el tiempo
para asumir en sí mismo todo lo creado,
reconstruir lo que estaba caído. 

PREFACIO DE NAVIDAD III: EL INTERCAMBIO EN LA ENCARNACIÓN DEL VERBO

Por él hoy resplandece ante el mundo
el maravilloso intercambio de nuestra salvación;
pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición
no solamente dignificó nuestra naturaleza para siempre,
sino que por esta unión admirable
nos hizo partícipes de su eternidad.

PREFACIO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR: CRISTO, LUZ DE LOS PUEBLOS

Porque (hoy) iluminaste a todos los pueblos
revelándoles el misterio de nuestra salvación en Cristo,
y al manifestarse Él en nuestra naturaleza mortal
nos restauraste con la nueva gloria de su inmortalidad.

Intentemos vivir siempre recordando los grandes beneficios que el Señor nos ha hecho, agradeciendo y alabando a Dios por ellos. Nuestra vida debe ser una liturgia de alabanza a Dios

Prefacios completos


Otros textos

Además de los textos litúrgicos y eucológicos, otros textos nos ayudan a conocer y profundizar el Tiempo de Navidad. 

Les proponemos los siguientes textos de dos Padres de la Iglesia y del Papa Benedicto XVI, prestemos atención a lo resaltado.

  • De San Agustín de Hipona.

Con respecto a la Navidad como día de luz, San Agustín afirma: “Este día no lo ha hecho sagrado para nosotros este sol visible, sino su creador invisible, cuando una virgen madre, de sus entrañas fecundas y virginalmente íntegras, trajo al mundo a su creador invisible, hecho visible para nosotros”[1]. Asimismo, en otro sermón, Agustín afirma añade que “No le hizo a él feliz el día en que nació; al contrario, fue él quien hizo agraciado el día en que se dignó nacer […] Reconozcamos al Día y seamos día. […] comienzan a menguar las noches y a crecer los días en el día preciso del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Tengamos, pues, hermanos, por solemne este día, no pensando en este sol, como los infieles, sino en quien lo hizo. El que era la Palabra se hizo carne para poder estar bajo el sol en atención a nosotros”[2].

Recordemos que la fiesta del Sol invicto evocaba la victoria del sol sobre las tinieblas al inicio del solsticio de invierno, pero “los cristianos de Roma tuvieron la audacia […] de cristianizar una fiesta civil romana, aplicando al nacimiento de Jesús el sentido simbólico del nacimiento del sol en el solsticio de invierno, ya que es él el verdadero sol de justicia, sol que nace de lo alto, luz que vence las tinieblas” (J. Castellano).

[1] San Agustín: Sermón 186, 1.

[2] San Agustin, Sermón 190, 1.

SERMÓN 186. El nacimiento del Señor.

SERMÓN 190. El doble nacimiento del Señor.

 

  • De San León Magno, papa.

(Sermón 1 En la Natividad del Señor, 1.3: PL 54, 190-193)

Reconoce, Oh cristiano, tu dignidad

“Nuestro Salvador, amadísimos hermanos, ha nacido hoy; alegrémonos. No puede haber, en efecto, lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa.

    Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos; nuestro Señor, en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvamos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida.

Al llegar el momento dispuesto de antemano por los impenetrables designios divinos, el Hijo de Dios quiso asumir la naturaleza humana para reconciliada con su Creador; así el diablo, autor de la muerte, sería vencido mediante aquella misma naturaleza sobre la cual él mismo había reportado su victoria.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?

Demos, por tanto, amadísimos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, pues, por la inmensa misericordia con que nos amó, ha tenido piedad de nosotros y, cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo, para que fuésemos en él una nueva creatura, una nueva obra de sus manos. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo y de sus acciones y, habiendo sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo, renunciemos a las obras de In carne. Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina, no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Ten presente que has sido arrancado del dominio de las tinieblas y transportado al reino y a la claridad de Dios.

Por el sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no ahuyentes, pues, con acciones pecaminosas un huésped tan excelso, ni te entregues otra vez como esclavo del demonio, pues el precio con que has sido comprado es la sangre de Cristo”.

  • Benedicto XVI: AUDIENCIA GENERAL: Miércoles 4 de enero de 2012.Natividad del Señor: Misterio de alegría y de luz

“Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros en esta primera audiencia general del nuevo año y de todo corazón os expreso a vosotros y a vuestras familias mi más cordial felicitación: Dios, que en el nacimiento de Cristo su Hijo ha inundado de alegría al mundo entero, disponga las obras y los días en su paz. Estamos en el tiempo litúrgico de Navidad, que comienza la noche del 24 de diciembre con la vigilia y concluye con la celebración del Bautismo del Señor. El arco de los días es breve, pero denso de celebraciones y de misterios, y todo él se centra en torno a las dos grandes solemnidades del Señor: Navidad y Epifanía. El nombre mismo de estas dos fiestas indica su respectiva fisonomía. La Navidad celebra el hecho histórico del nacimiento de Jesús en Belén. La Epifanía, nacida como fiesta en Oriente, indica un hecho, pero sobre todo un aspecto del Misterio: Dios se revela en la naturaleza humana de Cristo y este es el sentido del verbo griego epiphaino, hacerse visible. En esta perspectiva, la Epifanía hace referencia a una pluralidad de acontecimientos que tienen como objeto la manifestación del Señor: de modo especial la adoración de los Magos, que reconocen en Jesús al Mesías esperado, pero también el Bautismo en el río Jordán con su teofanía —la voz de Dios desde lo alto— y el milagro en las bodas de Caná, como primer «signo» realizado por Cristo. Una bellísima antífona de la Liturgia de las Horas unifica estos tres acontecimientos en torno al tema de las bodas entre Cristo y la Iglesia: «Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados; los Magos acuden con regalos a las bodas del Rey y los invitados se alegran por el agua convertida en vino» (Antífona de Laudes). Casi podemos decir que en la fiesta de Navidad se pone de relieve el ocultamiento de Dios en la humildad de la condición humana, en el Niño de Belén. En la Epifanía, en cambio, se evidencia su manifestación, la aparición de Dios a través de esta misma humanidad.

En esta catequesis quiero hacer referencia brevemente a algún tema propio de la celebración de la Navidad del Señor a fin de que cada uno de nosotros pueda beber en la fuente inagotable de este Misterio y dar abundantes frutos de vida.

Ante todo, nos preguntamos: ¿Cuál es la primera reacción ante esta extraordinaria acción de Dios que se hace niño, que se hace hombre? Pienso que la primera reacción no puede ser otra que la alegría. «Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo»: así comienza la Misa de la noche de Navidad, y acabamos de escuchar las palabras del ángel a los pastores: «Os anuncio una gran alegría» (Lc 2, 10). Es el tema que abre el Evangelio, y es el tema que lo cierra porque Jesús Resucitado reprende a los Apóstoles precisamente por estar tristes (cf. Lc 24, 17) —incompatible con el hecho de que él permanece Hombre por la eternidad—. Pero demos un paso adelante: ¿De dónde nace esta alegría? Diría que nace del estupor del corazón al ver cómo Dios está cerca de nosotros, cómo piensa Dios en nosotros, cómo actúa Dios en la historia; es una alegría que nace de la contemplación del rostro de aquel humilde niño, porque sabemos que es el Rostro de Dios presente para siempre en la humanidad, para nosotros y con nosotros. La Navidad es alegría porque vemos y estamos finalmente seguros de que Dios es el bien, la vida, la verdad del hombre y se abaja hasta el hombre, para elevarlo hacia él: Dios se hace tan cercano que se lo puede ver y tocar. La Iglesia contempla este inefable misterio y los textos de la liturgia de este tiempo están llenos de estupor y de alegría; todos los cantos de Navidad expresan esta alegría. Navidad es el punto donde se unen el cielo y la tierra, y varias expresiones que escuchamos en estos días ponen de relieve la grandeza de lo sucedido: el lejano —Dios parece lejanísimo— se hizo cercano; «el inaccesible quiere ser accesible; él, que existe antes del tiempo, comenzó a ser en el tiempo; el Señor del universo, velando la grandeza de su majestad, asumió la naturaleza de siervo» —exclama san León Magno— (Sermón 2 sobre la Navidad, 2.1). En ese Niño, necesitado de todo como los demás niños, lo que Dios es: eternidad, fuerza, santidad, vida, alegría, se une a lo que somos nosotros: debilidad, pecado, sufrimiento, muerte.

La teología y la espiritualidad de la Navidad usan una expresión para describir este hecho: hablan de admirabile commercium, es decir, de un admirable intercambio entre la divinidad y la humanidad. San Atanasio de Alejandría afirma: «El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (De Incarnatione, 54, 3: pg 25, 192), pero sobre todo con san León Magno y sus célebres homilías sobre la Navidad esta realidad se convierte en objeto de profunda meditación. En efecto, el santo Pontífice, afirma: «Si nosotros recurrimos a la inenarrable condescendencia de la divina misericordia que indujo al Creador de los hombres a hacerse hombre, ella nos elevará a la naturaleza de Aquel que nosotros adoramos en nuestra naturaleza» (Sermón 8 sobre la Navidad: ccl 138, 139). El primer acto de este maravilloso intercambio tiene lugar en la humanidad misma de Cristo. El Verbo asumió nuestra humanidad y, en cambio, la naturaleza humana fue elevada a la dignidad divina. El segundo acto del intercambio consiste en nuestra participación real e íntima en la naturaleza divina del Verbo. Dice san Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Ga 4, 4-5). La Navidad es, por lo tanto, la fiesta en la que Dios se hace tan cercano al hombre que comparte su mismo acto de nacer, para revelarle su dignidad más profunda: la de ser hijo de Dios. De este modo, el sueño de la humanidad que comenzó en el Paraíso —quisiéramos ser como Dios— se realiza de forma inesperada no por la grandeza del hombre, que no puede hacerse Dios, sino por la humildad de Dios, que baja y así entra en nosotros en su humildad y nos eleva a la verdadera grandeza de su ser. El concilio Vaticano II dijo al respecto: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22); de otro modo permanece un enigma: ¿Qué significa esta criatura llamada hombre? Solamente viendo que Dios está con nosotros podemos ver luz para nuestro ser, ser felices de ser hombres y vivir con confianza y alegría. ¿Dónde se hace presente de modo real este maravilloso intercambio, para que se haga presente en nuestra vida y la convierta en una existencia de auténticos hijos de Dios? Se hace muy concreto en la Eucaristía. Cuando participamos en la santa misa presentamos a Dios lo que es nuestro: el pan y el vino, fruto de la tierra, para que él los acepte y los transforme donándonos a sí mismo y haciéndose nuestro alimento, a fin de que recibiendo su Cuerpo y su Sangre participemos en su vida divina.

Quiero detenerme, por último, en otro aspecto de la Navidad. Cuando el ángel del Señor se presenta a los pastores en la noche del nacimiento de Jesús, el evangelista san Lucas señala que «la gloria del Señor los envolvió de luz» (2, 9); y el Prólogo del Evangelio de san Juan habla del Verbo hecho carne como la luz verdadera que viene al mundo, la luz capaz de iluminar a cada hombre (cf. Jn 1, 9). La liturgia navideña está impregnada de luz. La venida de Cristo disipa las sombras del mundo, llena la Noche santa de un fulgor celestial y difunde sobre el rostro de los hombres el esplendor de Dios Padre. También hoy. Envueltos por la luz de Cristo, la liturgia navideña nos invita con insistencia a dejarnos iluminar la mente y el corazón por el Dios que mostró el fulgor de su Rostro. El primer Prefacio de Navidad proclama: «Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo esplendor, para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible». En el misterio de la Encarnación, Dios, después de haber hablado e intervenido en la historia mediante mensajeros y con signos, «apareció», salió de su luz inaccesible para iluminar el mundo.

En la solemnidad de la Epifanía, el 6 de enero, que celebraremos dentro de pocos días, la Iglesia propone un pasaje del profeta Isaías muy significativo: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (60, 1-3). Es una invitación dirigida a la Iglesia, la comunidad de Cristo, pero también a cada uno de nosotros, a tomar conciencia aún mayor de la misión y de la responsabilidad hacia el mundo para testimoniar y llevar la luz nueva del Evangelio. Al comienzo de la constitución Lumen gentium del concilio Vaticano II encontramos las siguientes palabras: «Cristo es la luz de los pueblos. Por eso este santo Concilio, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas» (n. 1). El Evangelio es la luz que no se ha de esconder, que se ha de poner sobre el candil. La Iglesia no es la luz, pero recibe la luz de Cristo, la acoge para ser iluminada por ella y para difundirla en todo su esplendor. Esto debe acontecer también en nuestra vida personal. Una vez más cito a san León Magno, que en la Noche Santa dijo: «Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios» (Sermón 1 sobre la Navidad, 3,2: ccl 138, 88).

Queridos hermanos y hermanas, la Navidad es detenerse a contemplar a aquel Niño, el Misterio de Dios que se hace hombre en la humildad y en la pobreza; pero es, sobre todo, acoger de nuevo en nosotros mismos a aquel Niño, que es Cristo Señor, para vivir de su misma vida, para hacer que sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones, sean nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones. Celebrar la Navidad es, por lo tanto, manifestar la alegría, la novedad, la luz que este Nacimiento ha traído a toda nuestra existencia, para ser también nosotros portadores de la alegría, de la auténtica novedad, de la luz de Dios a los demás. Una vez más deseo a todos un tiempo navideño bendecido por la presencia de Dios”.


Para descargar este material: Navidad y Epifanía Ciclo B